
Cada año, millones de cristianos conmemoran el Viernes Santo como el día en que Jesús entregó su vida en la cruz. Es una fecha cargada de simbolismo y recogimiento espiritual.
El Viernes Santo recuerda un hecho central para la fe cristiana: la crucifixión de Jesús de Nazaret. Según los relatos bíblicos, ese día Jesús fue juzgado, condenado y ejecutado por las autoridades romanas en Jerusalén, tras ser entregado por sus enemigos. Su muerte, ocurrida alrededor del año 30 d.C., se interpreta como un acto de amor supremo y redentor.
La Iglesia Católica conmemora este día con ceremonias solemnes que invitan a la reflexión y al silencio. No se celebra misa, y el altar permanece desnudo como símbolo de duelo. En su lugar, los fieles participan de la adoración de la cruz, escuchan el relato de la Pasión y rezan por el mundo entero.
El Viernes Santo se vive como un momento de dolor, pero también de esperanza. Porque, según la fe cristiana, la muerte de Jesús no fue el final, sino el paso previo a su resurrección, que se celebra con alegría el Domingo de Pascua.